lunes, 5 de marzo de 2012

The tube.

La habitación parecía estar hecha exclusivamente para el confort. Era de noche, fuera parecía estar lloviendo...o quizá solo eran mis emociones haciéndome imaginar cosas.

Me encontraba de pie, junto a la cama en la que descansaba aquella entrañable mujer mayor a la que había ido a visitar innumerables ocasiones a aquella habitación. Estaba durmiendo, así que me permití mirar de nuevo a toda la estancia en general. Aún no había decidido dónde clasificar mis sentimientos, y la lámpara y la silla que decoraban la habitación no me ayudarían.

La silla... en ella había un hombre.

-Ed...

Debía conocerlo, sabía su nombre.

Suspirando decidí que era hora de salir. Recogí un muñeco que bien podría haber sido un niño de verdad, me sequé una de las tantas lágrimas que debían haber pasado ya por mi mejilla, y me dirigí a la puerta.

Al salir, aspiré el olor de la ciudad. No conocía mejor sensación que la que deja una noche despejada tras un día de lluvia. Las luces se veían borrosas, la ciudad no parecía dormir. Me permití una leve sonrisa ante ese pensamiento y empecé a andar.
Antes de doblar la esquina, un sutil toque en el hombro me detuvo. Era él.
Me paré para mirarlo sin fijarme mucho en él, le sonreí y seguí andando, haciendo hueco en la calle para que Ed pudiera acompañarme.

-¿Cómo estás?
-Lo mejor que puedo...

Volví a mirarlo, esta vez deteniéndome en cada detalle.
Su cabello pelirrojo siempre revuelto me hizo recordar todas las veces que me había dedicado a acariciarlo y soñar por encima de las nubes sin que nadie se diera cuenta. Sus labios... cada vez que los movía dotaba de vida todo su rostro; cada expresión comenzaba y terminaba en sus comisuras...
presté especial atención a mi rasgo favorito en él: sus ojos. Eran tan azules que me recordaban al reflejo de la luna en el océano en las noches más claras.
Volví a sonreír despertando de mis recuerdos y cambié mi respuesta.

-Estoy bien contigo.

Me rodeó los hombros con el brazo mientras sonreía.

-Demos una vuelta por la ciudad.

Para cuando pude darme cuenta, estaba amaneciendo.

Habíamos pasado toda la noche deambulando por las calles, hablando de multitud de temas y haciendo multitud de cosas. Ambos lo habíamos olvidado todo, el mundo empezaba y acababa aquella noche. Había vuelto a descubrir como me encantaban sus abrazos aquella noche. Podía sentir como todo el mundo se volvía un lugar seguro cuando estaba entre sus brazos, aspirando su risa y oliendo su aroma.
Solo con él sabía que tenía la fuerza suficiente para hacer cualquier cosa.

Nos detuvimos ante un edificio moderno, muy grande, casi colosal. Aún sería más grande por dentro, de eso estaba segura. Ed rozó suavemente mi mano y se atrevió a cogerla.

-Hagamos una locura.
-Nunca he usado el metro aquí, ni siquiera sabía que había uno. Solo conozco el de Londres, y tampoco soy una experta...

Su mano se aferró aún con más fuerza a la mía

-Eso no importa- dijo mientras con sus ojos penetraba los míos- Hagamoslo, vayamos a ninguna parte.

Mi sonrisa no pudo tapar las ganas que tenía de escaparme con él a ninguna parte. Él debió leerme el pensamiento, puesto que en seguida me arrastró hacía el gran edificio frente a nosotros.
Nos detuvimos de repente y nuestras miradas se cruzaron. Podía notar lo que aquello me provocaba. Nos dirigíamos a la entrada cuando una mujer nos detuvo. vestía un chaleco fluorescente y llevaba libreta y boli en mano, así que supuse que estaba al mando allí.

-No puedo dejar pasar al niño.

Ed y yo nos miramos, no pudimos hacer otra cosa que reírnos fuertemente. Incluso había olvidado a aquel muñeco durante toda la noche. De hecho, en mi cabeza ya no había espacio ni para recordar de dónde lo había sacado. Fue Ed quien para mi sorpresa se adelantó.

-No, solo somos mi mujer y yo.

Le entregué el muñeco a la mujer y no me dio tiempo a nada más, ni siquiera a reaccionar por lo que había pasado. Ed me arrastró junto a él hasta que nos perdimos de la vista de todos, abajo en las profundidades.
Entonces pareció buscar mi mirada para comprobar mi reacción, pero soy yo quien lo interroga con la mirada.
Poco a poco, se acerca más a mí. Su mirada se pasea entre mis ojos y mis labios, y empiezo a sentir su aliento en mi cuello. Empiezo a retroceder hasta chocar con la pared, intentando negarme a mi misma que también yo estoy disfrutando con la situación. Por fin me acorrala y no me deja otra escapatoria que sus ojos.

-¿Por qué lo has hecho?- le pregunto, demasiado intrigada para que no se me note.
-Era lo que yo quería...

Por fin sucede. Sus labios rozan los míos, y tras un momento de vacilación, se posa sobre la pared para de nuevo volver a juntar su boca con la mía. A cada segundo noto el placer que me producen sus suaves labios contra los míos al contraste de su incipiente barba rozando mis mejillas. Haría un trato con el diablo para que ese momento jamás acabara.
Pierdo la fuerza en cada uno de mis músculos y solo consigo dejarme llevar. Él cada vez está más cerca, mostrándose más cariñoso, y me arropa entre sus brazos dándome a entender que el tampoco quiere dejar escapar aquel momento.

Me separo para tomar aire. Lo miro y me pierdo de nuevo en su mirada. Ni siquiera me atrevo a pestañear. Él me responde con una sonrisa, la más bonita de todas. Me abraza hasta conseguir estremecerme, y se separa para danzar y saltar de un sitio a otro mientras grita de alegría.

-¡Ed!
-¡Te quiero! ¡Joder te quiero! Siempre he querido esto entre nosotros...
-Yo también, pero e momento siempre se nos escapaba
-No, nunca más. ¡Casémonos!
-¡Es una locura!

Por fin veía brillar sus ojos después de tanto tiempo... ardería felizmente en el infierno con tal de que aquel brillo nunca se apagara.

-¡Lo sé! ¡Hagamos una locura! ¡Nos queremos! ¿Qué mejor locura que pasar el resto de nuestras vidas juntos?
-Como siempre debió haber sido...
-¿Eso es un sí?- acarició mi mejilla suavemente con su mano mientras me dedicaba una sonrisa expectante. Él ya sabía lo que venía a continuación.
-¡Si! Dios claro que si... cojamos ese metro a ningún lugar, casémonos, vivamos felices como siempre quisimos... te amo

Me tomó en volandas haciéndome girar mientras, una vez más, nuestras miradas lo decían todo. Su risa me parecían ángeles cantando, y casi quería llorar por haber recuperado ese sentimiento que jamás debí haber dejado ir.

-¿Confias en mí?

lo encontré tendiéndome la mano esperando una respuesta. Solo pude mirarlo y de nuevo sonreír. Sabía que era una locura, pero por fin estaba viviendo de verdad. Le tendí mi mano y en seguida noté el movimiento. Me había cogido y había echado a correr sobre nuestros pasos. No sabía a dónde me llevaba, pero como había afirmado al tomarle la mano, confiaba en él.

-¡Estás loco!
-¡Lo sé! ¡Y es todo por tu culpa!

Sonreí mientras nos deteníamos. Solo un puente nos separaba de una preciosa playa y del amanecer. el sol empezaba a bañar las pequeñas ondas que se formaban en el mar con una luz dorada que hacía creer que Apolo estaba haciendo su trabajo.

para cuando pude recobrar el aliento, me di cuenta de que el puente estaba casi totalmente derruido, no era muy grande, pero solo quedaban el principio y el fin

-¡Salta!

Ed ya había salvado las distancias y se encontraba al otro lado del puente. Vi como sacaba el móvil y comenzaba a hablar algo que no entendí mientras yo seguía sin atreverme si quiera a pensar en saltar.

-¡Vamos salta! Yo estoy aquí- Al colgar centró toda su atención en mí, y extendió los brazos para darme seguridad.

Era ahora o nunca. Si me lo pensaba, jamás lo haría, así que tomé carrerilla. Cerré los ojos y comencé a correr hasta que no hubo suelo. Al instante siguiente, me encontraba entre sus brazos riendo.
Abrí los ojos y fui yo la que tomó la iniciativa. Milésimas de segundo después había tomado sus labios como rehenes y su cara como un lienzo para dibujar caricias. La música de las olas era nuestro acompañamiento a un mundo que jamas hubiera soñado lejos de él.

Me cogió de la mano y me acompañó hasta el limite entre las olas y la arena. Él sol enmarcaba el momento, colocado perfectamente en el cielo.

-Te quiero- su pecho me sirvió de colchón para colocar esas palabras junto a mí y abrazarlas con fuerza.

Giré para besarlo y su sonrisa me detuvo, haciéndome sospechar.

-¿Que pasa? ... ¿A quién has llamado antes?
-Solo estaba... planeando nuestra locura.
-Me quedaría aquí contigo para siempre...- paré para analizar sus palabras, ¿Habría sido capaz?
-Llegaremos tarde...
-¿A quién le importa?

Volví a apoyarme en su pecho. Sus manos acariciaban mi pelo  y me hacían cosquillas por toda la cara. Él también se recostó y quedamos abrazados uno junto al otro. El calor de su sudadera me hacía querer estar más cerca, y los susurros cerca de mi oído junto a sus labios rozando los míos me confirmaban lo perfecto que estaba consiguiendo ser el primer momento del resto de nuestras vidas.

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